Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
- Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander dijo:
- Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso... Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».
- Perdón - dijo Harry- . Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
- Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
Harry tragó, sin poder hablar.
- Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.
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